Son manifestaciones diferentes de un mismo problema, las responsables de que estemos aquí. Algunos de nosotros respondemos a los estereotipos sociales de lo que es un sexólico, pero otros no. Algunos nos veíamos impulsados a vender o a comprar sexo en las calles, otros a obtenerlo de forma anónima en los bares y lugares públicos.
Algunos participábamos en aventuras destructivas que nos hacían sufrir o nos consumía una obsesión enfermiza con una persona concreta o con varias sucesivamente. Muchos no exteriorizábamos nuestras obsesiones, y recurríamos a la masturbación compulsiva, a las imágenes, a los fetiches, al fisgoneo (voyeurismo) y al exhibicionismo.
Algunos maltratábamos a los demás. Y en el caso de muchos de nosotros, nuestras familias, compañeros de trabajo y amigos sufrían las consecuencias de nuestras compulsiones. Creíamos que éramos los únicos que no podíamos dejar de hacer lo que hacíamos —fuera lo que fuera— contra nuestra voluntad.
Al conocer SA descubrimos que a pesar de las diferencias que hubiera entre nosotros teníamos un problema común —la obsesión con la lujuria, normalmente combinada con una necesidad compulsiva de sexo en alguna de sus formas.
Vimos que, contemplados desde el interior, las actitudes y los sentimientos de todos nosotros eran semejantes.
Cualesquiera que fueran las características de nuestro problema, estábamos languideciendo espiritualmente —la culpabilidad, el miedo y la soledad nos estaban matando.
A medida que descubríamos que teníamos un problema común, descubríamos también una solución común: los doce pasos de la recuperación que practicamos en nuestra fraternidad y cuyo fundamento es lo que llamamos sobriedad sexual. (Libro Blanco pág. 1)